24 feb 2012

No hay casualidad, sino estricta casualidad


«–El asesino ha de ser uno de los que llevaban objetos a empeñar, no hay duda –afirmó convencido Zosímov.

–Forzosamente, uno de los que iban a empeñar –asintió Razumijin–. Porfiri no deja entrever lo que piensa, pero a los que llevaban objetos a empeñar los interroga.
–¿Interroga a los que empeñaban? –preguntó Raskólnikov en voz alta.
–Sí, ¿y qué?
–Nada.
–¿Y cómo sabe quiénes son? –preguntó Zosímov.
–A unos los ha indicado Koj, otros tenían el nombre escrito en los papeles que envolvían los objetos empeñados, otros se presentaron no bien oyeron...
–¡Qué hábil y experimentado debe ser el canalla!¡Qué audacia! ¡Qué decisión!
–¡Ca! Todo lo contrario –exclamó Razumijin, interrumpiéndole–. Esta idea es la que os hace perder la pista a todos. Yo digo que era inhábil, inexperimentado, y que, probablemente, este es su primer golpe. Si admites que es obra de un canalla hábil y calculador, el hecho resulta inverosímil. Si admites, en cambio, que no tenía experiencia resulta que la casualidad y nada más que la casualidad le sacó de apuros. ¿Cuántas cosas no se deben a la casualidad? A lo mejor, ni siquiera previó las dificultades y los obstáculos. ¿Y cómo se comporta? Toma unos objetos de diez a veinte rublos, se llena los bolsillos con estos objetos, revuelve el cofre de la vieja, donde hay trapos, y en el cajón superior de la cómoda, han encontrado mil quinientos rublos en oro y plata, sin contar los billetes. Ni siquiera se dio maña para robar, sólo supo matar. Fue su primer golpe, créeme, su primer golpe. Se desconcertó. ¡Y se salvó no por cálculo, sino por casualidad!».


(DOSTOIEVSKI, Fedor.  Crimen y castigo. Barcelona: Círculo de Lectores, 1984, p. 163-164).

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