26 sept 2012

Mi última noche en Woroïno


La sonrisa de una lágrima (1973),  de Joan Miró
   «Una noche, en el mes de septiembre, la noche que precedió a nuestro regreso a Viena, cedí a la atracción del piano que había permanecido cerrado hasta entonces. Estaba solo, en el salón casi del todo a oscuras; era, ya te lo he dicho, mi última noche en Woroïno. Desde hacía algunas semanas, una inquietud física se había metido dentro de mí, fiebre, insomnios contra los que luchaba en vano y de los que echaba la culpa al otoño. Hay música fresca con la que uno se desaltera. Por lo menos, yo lo creía así. Me puse a tocar. Tocaba al principio con precaución, suavemente, delicadamente, como si tuviera que dormir a mi alma dentro de mí. Había escogido los trozos más serenos, puros espejos de inteligencia de Debussy y de Mozart y se hubiera podido decir que, como antes en Viena, le tenía miedo a la música turbia. Pero mi alma, Mónica, no quería dormir. O quizás ni siquiera fuera el alma. Tocaba vagamente, dejando que cada nota flotase en el silencio».


(YOURCENAR, Marguerite. Alexis o el tratado del inútil combate.  Madrid: Alfaguara, 1992, p. 158).

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